La conmemoración de una Semana Santa preelectoral, en medio de tanto derrame de petróleo y tantos incendios provocados, quemando enormes extensiones de selva amazónica, produce tristeza profunda, mezclada de indignación, rabia e impotencia.
3/26/2018
Por: Margarita Pacheco M.
La pérdida irreparable de miles de hectáreas de bosque tropical y el avance de esa mancha de petróleo que empalaga todo a su paso por ríos, canales y humedales, evidencia, no solo la desidia de funcionarios de todos los niveles, sino a pecadores condenables por su falta de previsión. Con el veneno del petróleo se han sacrificado muchas especies de vida silvestre, ignorando las alertas y los pronósticos.
Vicepresidentes de Ecopetrol, directivos de la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (Anla), de la Agencia Nacional de Hidrocarburos ANH y contratistas del sector petrolero y autoridades ambientales del Magdalena Medio, todos tienen su parte de responsabilidad. Las comunidades víctimas del delito ambiental del pozo Lizama y la ciudadanía a nivel nacional, exigimos sanciones ejemplares de parte de la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y todas las “ias”, actuar de inmediato y con todo el rigor. La rabia es colectiva y pesa sobre las opciones electorales.
Al disminuido Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (que de Sostenible ya le queda poco), le corresponde poner la cara, así ya no tenga dientes porque le han quitado los pocos que tenía. Ahora tiene una prótesis dental descuadrada para defender las metas acordadas en los Objetivos de Desarrollo, ODS, las del Acuerdo de París y las recientes recomendaciones del IPBES sobre conservación de la biodiversidad.
Los incendios forestales inducidos, los derrames de la desidia y la contaminación de suelos, aguas y atmosférica, que estos hechos están produciendo, no tendrán compensación fácil en la historia ambiental del país. A ver qué proponen los candidatos frente a estos hechos, que probarán la transparencia de su discurso ambiental, sin maquillaje ni retórica.
Ahora falta que aterricen de urgencia en las veredas afectadas, helicópteros y camiones con agua potable, kits, mercados y cobijas, que distribuye habitualmente la Unidad Nacional de Gestión de Riesgos de Desastres, UNGRD, después de un evento “natural”, bajo la orden de Presidencia. Como en el desastre de la avalancha en Mocoa, las ayudas llegarán prestas para la foto oficial, repartiendo ayuda humanitaria. Pero si se hace monitoreo, es hora de de exigir informes sobre cómo están viviendo las familias su luto, y si ya pudieron enterrar a sus desaparecidos. Las intervenciones de ayuda vienen a mitigar los daños ocasionados, bajo el calor de la indignación.
Ya se sabe que tan pronto se retiran los medios de comunicación del lugar del “desastre”, se desvanece la presencia del Estado. Mocoa sigue siendo el buen ejemplo. En el caso de los incendios que acaban con los bosques del Meta, del Casanare, del Caquetá y del Guaviare, estos se saben que no son de origen natural. Son provocados por manos criminales, en selvas al acecho para cultivos de coca, para meter ganado, para colonizar grandes extensiones y valorizar tierras, para facilitar la exploración de petróleo y hacer minería ilegal. Con las quemas, como con los derrames de petróleo, quedan resguardos y comunidades campesinas empobrecidas, mujeres y niños a la merced de la fuerza divina, sin qué comer ni agua potable para beber. No quedan opciones para vivir de los ecosistemas destruidos por la desidia y la corrupción. En ese escenario no hay ley que valga.
La molestia nacional frente a la destrucción de la biodiversidad es profunda. El modelo arcaico de asignar inmensos bloques en los mapas para exploración y explotación de hidrocarburos se viene con toda la fuerza, si con los amantes de grandes feudos y de la locomotora minera elijen a Duque, el candidato del Centro Democrático, que ni es de centro ni es tan democrático como lo pintan.
Para satisfacer a su electorado, seguirá los pasos de su mentor: promover un modelo de desarrollo que no le ponga talanqueras a la expansión de las fronteras de Parques Nacionales ni límites a los monocultivos ni a la ganadería extensiva, y menos a la minería extractiva, motor de la propuesta económica. La propuesta minero-energética se abre de piernas ante la cuestionada fumigación de cultivos de uso ilícito, e ignora la necesidad de una rápida transición energética que exige la problemática del cambio climático global del siglo XXI, como lo ha ignorado el poderoso presidente de la derecha republicana de Estados Unidos.
A nivel del debate nacional, el café amistoso de los candidatos del Centro, Humberto de la Calle y Fajardo debería permitir llevar a concertar propuestas concretas sobre el destino de las zonas en candela como la Amazonia y las zonas vulnerables a los riesgos del fracking y los derrames de petróleo en tierra y mar. La transición energética hacia energías limpias y renovables, sobre la cual Gustavo Petro ya se ha expresado, debería ser tema de común acuerdo. El reciente debate entre Duque, Petro y De la Calle en la Universidad de Columbia en Nueva York presentó las posiciones sobre estos temas y los posibles aliados a nivel internacional.
Los derrames, las quemas y la deforestación, sin control del Estado, me enardecen. Todos esos delitos provocados van en contravía de la Constitución Política y del derecho a un ambiente sano. No comulgo con el modelo donde el petróleo sigue siendo el rey, el fracking, el nuevo delfín y los grandes feudos la ambición desbordada de hacendados y grandes empresarios urbanos. Todos sabemos quién los promueve, sin compasión y sin corazón. El Centro Democrático, Cambio Radical y los políticos regionales afines que siguen enquistados en el poder local, se han asociado para un hara-kiri colectivo contra la biodiversidad del país.
Mis rezos laicos al universo contra la maldición que empalaga a familias campesinas, animales sintientes, mamíferos, peces, aves, insectos y flora tropical, rocas y suelos, con lodos oscuros que brotan del pozo abandonado. Esta tragedia no es un castigo divino, es el resultado de la irresponsabilidad humana, empecinada en no escuchar el clamor de cientos de comunidades que no quieren ser crucificadas, ni con la minería ni con el petróleo en sus regiones.
Aterra superponer los mapas donde están los “puntos de calor” en el Guaviare, en el Caquetá y en el Meta, donde coinciden quemas con bloques de exploración y explotación de petróleo. El análisis minucioso realizado por la ONG Vivos, en el Área de Manejo Especial de la Macarena, AMEM, es contundente. Allí donde hay quemas e incendios forestales, se acumulan tierras, se deforesta para sembrar coca, se amplían las cercas para expandir feudos y de paso, desaparecer el bosque y las aguas, bajo el fuego. Los hechos que suceden en los días santos en el Magdalena Medio y en la Amazonia, son crímenes contra la vida y las comunidades campesinas, negras e indígenas, todos votantes en sus parajes distantes. Ya es hora que los candidatos de Centro, Fajardo y De la Calle y Petro, se pronuncien de forma contundente frente a estos hechos de fuego y derrames. Ellos y sus fórmulas femeninas, sensibles a la conservación de la biodiversidad, deberían ser aún más contundentes, con propuestas innovadoras para la transición hacia el uso de energías limpias, renovables y sin amagos de corrupción.