Uno se pregunta cómo se podría transformar el paradigma del hacha y de la motosierra, herramientas manuales que aceleran la pérdida de biodiversidad.
4/11/2019
Por: Margarita Pacheco M.
Deslumbra la imponente belleza del piedemonte andino amazónico en el tramo pavimentado de la vía Marginal de la Selva, entre Florencia y San Vicente del Caguán. El paradigma ganadero, anclado en la cultura de la colonización andina que ha promovido el Estado en el Caquetá desde el siglo pasado, está presente en cada plaza de cada pueblo que atraviesa la vía.
El hacha rajando el tronco de un árbol decapitado en San Vicente del Caguán ha sido el símbolo de la domesticación de una región. La pérdida de vida silvestre ha sido justificada por el uso de esa herramienta campesina que acompaña, en el imaginario colectivo, quema de selvas, praderización, acaparamiento de baldíos, cultivos clandestinos de coca y expansión de hatos ganaderos. Todo esto en medio del conflicto armado. El acuerdo de paz con las Farc permite hoy descubrir gran parte de estos paisajes misteriosos de la alta montaña andino amazónica.
Entre los dilemas del presente, uno se pregunta cómo se podría transformar el paradigma del hacha y de la motosierra, herramientas manuales que aceleran la pérdida de biodiversidad. Aún se sigue justificando su uso en la tala para fines legales y non sanctos, como es el lavado de activos del negocio de la droga, ampliando más hatos, desperdiciando maderas preciosas y ahuyentando la fauna, arrinconada por la pérdida de su hábitat.
La introducción de vacas en parajes donde nunca antes las hubo, es un fenómeno parecido a la llegada del pez león en aguas del Caribe, a donde nunca perteneció como especie endémica. Esa intromisión de una especie exótica y su reproducción por miles y miles en praderas quemadas, genera grandes disrupciones en el funcionamiento de los ecosistemas, afectando el equilibrio de otras especies, esas sí endémicas de la Amazonia. Esa pérdida del capital natural tiene un costo, que no ha sido nunca compensado por las fortunas ganaderas.
Entre los muchos dilemas que urge resolver, está el de transformar esos símbolos de la colonización y de la gastronomía cárnica, por iconos que inciten a consumir otro tipo de productos con proteína, y a incentivar y sensibilizar a campesinos y finqueros para que asuman la restauración de los bosques que han maltratado.
Es hora que el Estado anuncie incentivos y compensaciones para contribuir, desde la misma región, a controlar el aumento de la deforestación. Los ganaderos que siguen expandiendo sus hatos, generan más emisiones de gases de efecto invernadero, (GEI), acelerando el aumento de la temperatura mundial. Esto va en contravía de lo que se esperaría de la Amazonia, en su función reguladora del cambio climático global. ¿A cuántos ganaderos les importa contribuir a mantener esta función? ¿Alguien les ha contado sobre las consecuencias de su accionar?
Colombia al ratificar ante la comunidad internacional el Acuerdo de París en 2016, se comprometió a frenar la tendencia actual de deforestación en la Amazonia. Las metas acordadas por el Estado no se están cumpliendo, ¿por qué se sigue tolerando el camino inverso? Esta dinámica es materia de profunda preocupación ciudadana.
De otro lado, algunas luces se evidencian en el camino. Acciones locales que dan respuestas a este compromiso internacional: los acuerdos de conservación entre Estado y comunidades, como un mecanismo que permite aumentar y mantener nuevas áreas protegidas. Los acuerdos permiten también, cumplir, de forma concertada entre las partes, con los planes de manejo.
Cabe destacar la labor del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, Sinchi, dirigido por Luz Marina Mantilla, el cual promueve acuerdos, y buscando opciones económicas para disminuir la deforestación. Corpoamazonia, dirigida por Alexander Mejía, actuando con el apoyo de la cooperación internacional a través de Visión Amazonía y Corazón de la Amazonía, dos fondos de financiación por resultados, adelanta acciones para proteger el ecosistema estratégico del piedemonte andino amazónico, en acuerdos con dos Zonas de Reserva Campesina. El Instituto Alexander Von Humboldt, dirigido por Brigitte Baptiste, acompaña las iniciativas de sus pares, para poder adelantar, en llave, la generación de nuevos conocimientos científicos en la alta montaña amazónica.
Ideal sería adelantar una expedición científica que confirme la riqueza ecológica de talla mundial de parajes como el del Parque Natural Regional Miraflores Picachos.(1) El acuerdo de paz permite ahora acceder a la cresta paramuna de la cordillera Oriental, donde se ubica el parque. Este territorio vedado por años durante el conflicto armado, se mantuvo libre de la amenaza ganadera.
Hoy gracias a la declaratoria de 108.000 hectáreas de difícil acceso, se protegen las cuencas altas de los ríos Guayas, Caguán Alto y Oretuaza, afluentes del río Caquetá. Para su conservación se construyen acuerdos con los campesinos de la zona de amortiguación, modelo moderno de concertación que reemplaza el dominio del hacha.
El PNR Miraflores Picachos constituye un excelente ejemplo de forestería comunitaria, donde las partes adelantan acuerdos de conservación, revisando límites territoriales con las Zonas de Reserva Campesina de Pato Balsillas, de Orteguaza – Bajo Caguán y comunidades de Santana Ramos. El esquema incluye la protección de ecosistemas de Páramo y Bosque Alto Andino, y acuerdos con los municipios de Florencia, El Paujil, El Doncello, Puerto Rico y San Vicente del Caguán. Estos acuerdos deben quedar aprobados en los respectivos planes de ordenamiento.
Entender esta compleja geografía, con una variedad de pisos térmicos, es una oportunidad para cada municipio, de aproximarse a nuevas opciones económicas para la sostenibilidad del sur de la Amazonia colombiana. Es la oportunidad entonces para lanzar una gran cruzada para salvar las selvas del dominio ganadero, abriendo oportunidades para la ciencia y el turismo de naturaleza.
En paralelo a la investigación científica que se debe adelantar, es oportuno identificar y reconocer iniciativas ciudadanas de ganaderos “conversos” que trabajan por la conservación. Iniciativas aisladas ameritan ser evaluadas y reconocidas por su aporte a la restauración de zonas degradadas por la ganadería extensiva. La puesta en marcha de incentivos y reconocimientos debería ir acompañada de programas de pedagogía ciudadana con mensajes estratégicos que contribuyan a la diversificación de actividades económicas.
El turismo de naturaleza y el avistamiento de aves constituyen una de las opciones con mayor potencial, para generar ingresos locales, quizás más rentables que la ganadería. Nuevos frentes de mercados verdes de productos regionales como la comercialización del asai, se perfilan más atractivos para las nuevas generaciones.
El reto educativo y las comunicaciones locales deberían estar orientadas hacia el cambio del paradigma de la ganadería extensiva, e inducir hacia nuevas apuestas creativas para jóvenes, hijos y nietos de colonos e indígenas de la región. La metamorfosis de anticuados símbolos asociados a la domesticación de la naturaleza, pueden acelerar la introducción de otros valores que otorgan una identidad moderna y sostenible a las actividades productivas en el territorio amazónico. El cambio del “chip” ganadero hacia otras opciones es viable si existen la voluntad política y la visión de construir otros paradigmas para el desarrollo regional. En ese contexto, los planes (PDET) deberían comprometer a gobernadores, alcaldes, Autoridades Ambientales Regionales y al sistema educativo local, de forma concertada ( tarea siempre difícil por las diferencias políticas).
Con la consolidación de acuerdos para el ordenamiento ambiental del territorio, y la puerta abierta para la participación de muchos actores regionales y locales, se podrá innovar en modelos más sostenibles, que nazcan en la región. Estos modelos de concertación regional deberían tener la capacidad de influir en decisiones de política pública del Estado central.
El dilema de la región andino amazónica del Caquetá es poder revertir la planificación centralizada definida desde Bogotá, por una planificación más descentralizada, que incida frontalmente, en la lucha contra la deforestación. La Gran Alianza Contra la Deforestación es una herramienta para mejorar el trabajo mancomunado.
Es hora de tomar el toro por los cuernos y mandar las vacas a los establos para hacer una ganadería moderna y controlada, como lo amerita la región amazónica. Llegó el momento en que las regiones, conscientes de su problemática, se decidan adelantar propuestas contra la pérdida del patrimonio cultural y natural, y no a la inversa, esperando a que el Estado central decida y actúe. La languidez con la cual se está enfrentando la deforestación podría contrastar con la capacidad y el conocimiento local que se tiene para enfrentar los abusos cometidos. Revertir procesos desde la región, sería una salida más decorosa para combatir el narcotráfico, la deforestación y la degradación de suelos.
Así van llegando admiradores de nuevas iniciativas de conservación de ecosistemas estratégicos del piedemonte del Caquetá. En el marco de varios proyectos financiados por la cooperación internacional, Visión Amazonia, Corazón de la Amazonia, el Banco Mundial, el GEF ( Global Environmental Facility) con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, en asocio con la Unión Europea en Colombia, los gobiernos de Noruega, Alemania y Reino Unido, se evidencian muchas iniciativas locales de alto impacto que requieren mayor difusión.
Esa difusión está pendiente entre colonos de distintos orígenes, en pueblos originarios de la alta montaña y del Piedemonte amazónico, que han contribuido con la conectividad con culturas de valles interandinos y páramos de la cordillera Oriental. Allí es de donde bajan las aguas que bañan las sabanas selváticas del Yari, habitadas por comunidades koreguajes, andaquies, carijonas, tamas, macaguajes y huitotos, quienes han poblado las selvas del Caquetá desde épocas prehispánicas. Con la conquista y las colonizaciones de españoles y luego de mestizos andinos, las poblaciones indígenas se fueron replegando en resguardos ubicados en el Río Caquetá y Río Orteguaza.
Con la cultura judeocristiana y con la incursión de otros credos religiosos, el panorama de las culturas indígenas ha ido transformándose. Desde la incursión del primer conquistador español que atravesó el territorio caqueteño, Hernán Pérez de Quesada, entre 1540 y 1541, en la búsqueda del mítico “el dorado” hasta la llegada de misioneros franciscanos y capuchinos, el Estado permitió que la Amazonia estuviera en manos de esos actores foráneos. En medio de bárbaras historias de esclavitud y genocidio en las caucheras y en las expediciones buscando quinua, los colonizadores capturaban indígenas para esclavizarlos en las plantaciones. La deforestación la acentuó el mismo Estado desde 1932, con la guerra cauchera colombo-peruana. Casi noventa años después, llegó la hora de revertir ese paradigma que acumula muchas culpas y responsables.
A pesar de que hoy la economía ganadera acumula en Caquetá un hato de más de un millón y medio de cabezas de ganado, produce un millón de litros de leche y variedades de quesos y derivados lácteos de consumo en el sur occidente del país (2), uno se pregunta:, será posible ponerle límites a la ganadería extensiva para proteger lo que queda de fauna, flora, suelos y culturas que viven de la selva? Dónde está la voluntad política?
P.D. Felicitaciones al Instituto Sinchi por la nueva sede en Inírida, Guainía. Otro deslumbrante paraje amazónico fronterizo que aloja más de 20 Pueblos Indígenas, en su mayoría Curripaco, Piunave, Piapoco y Koreguaje, con sitios sagrados como la Estrella Fluvial de inírida y petroglifos grabados en las roca. Allí navegaremos con la imaginación en próxima entrega.
- El Consejo Directivo de Corpoamazonia emitió el Acuerdo No 14 del 20 de diciembre de 2018, “por medio del cual se reserva, delimita,alindera y declara el Parque Natural Regional Miraflores-Picachos en el Departamento del Caquetá y se dictan normas para su administración y manejo
- Alma Verde. Gobernación del Caquetá. Florencia, 2017