El 2017 pone a prueba la capacidad de convocatoria de la sociedad civil frente a las crisis globales y locales y genera capacidad de respuesta frente a desastres y eventos extremos, incluidos los climáticos.
2/23/2017
Por: Margarita Pacheco M.
En medio de la incertidumbre que genera el año preelectoral 2017 bañado en escándalos de corrupción, hay luces de optimismo para la paz. La esperanza está ya presente en el imaginario colectivo, a pesar de trabas que dilatan la puesta en acción de los Acuerdos de la Habana. Hoy existen múltiples preocupaciones ciudadanas: desde el silencio estatal sobre quién ordena la ejecución selectiva de hombres y mujeres comprometidos con los derechos humanos y la conservación de recursos naturales en Colombia, a nivel planetario la crisis humanitaria de miles de familias parqueadas en carpas a la espera de un futuro incierto, hasta los mensajes de gobernantes poderosos y peligrosamente caprichosos. Ante estas y otras realidades, la pregunta es cuáles son los límites de aguante y la resiliencia ciudadanos. Esta tiene sus límites y tiene unos umbrales críticos.
En épocas de reformas de gobernabilidad ambiental, ¿cómo adaptar el clima de paz a la geografía nacional?
Ya se ven venir reacciones y vientos en contra. Ante la propuesta de reformas del Sistema Nacional Ambiental (SINA), que ya cumplió su mayoría de edad, caciques regionales y congresistas impedirán que se transformen sus poderes locales. Cortesanos y contratistas, ONG de bolsillo, miembros de juntas directivas atornillados en Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) ya deben estar como panteras, vigilando sus feudos. La Ley 99 del 1993 necesita evolucionar a las condiciones del siglo XXI y necesita ajustes para allanar el camino de la paz territorial. El reto del Gobierno estará entonces en capotear intereses creados, realizar nuevas alianzas ciudadanas y con gremios y medios de comunicación regionales y locales, para establecer un debate púbico con miras a sanear la gobernabilidad y la planificación ambiental de las ciudades y zonas rurales.
Ante la sorprendente diversidad del trópico colombiano (que maravilló hace más de 200 años a expedicionarios científicos europeos como José Celestino Mutis, Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland), la ciencia poscolonial y antiesclavista del siglo XIX plantea reconocer los saberes indígenas, de comunidades afro y de campesinos asentados en territorios ancestrales, que cuidan y conocen su territorio. Muchos viven de ecosistemas estratégicos indispensables para proveer servicios ambientales a millones de habitantes. La planificación ambiental de los territorios es requisito para el desarrollo sostenible de zonas rurales del posconflicto, para ciudades y áreas metropolitanas en plena expansión. La defensa de la reserva Thomas Van der Hammen, sustentada por estudios científicos, es parte integral de la planificación ambiental de Bogotá-región y legado para los próximos 100 años. Desconocer esta defensa es un despropósito que será recordado en la historia de la ciudad.
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Cómo dice el dicho: “No hay mal que dure 100 años”. La resiliencia de la ciudadanía evoluciona y se robustece en el tiempo. La presión de redes sociales y medios genera nuevas fortalezas para transformar el poder enquistado. El 2017 pone a prueba la capacidad de convocatoria de la sociedad civil frente a las crisis globales y locales y genera capacidad de respuesta frente a desastres y eventos extremos, incluidos los climáticos. Estos no existían tan intensos ni tan frecuentes un siglo atrás.
De los grupos cívicos voluntarios en pro del desarrollo urbano, existe en Bogotá un ejemplo centenario que amerita reconocer, por ser el más antiguo del país. Una asociación de ciudadanos empeñados desde 1917 en trabajar por el “embellecimiento” de la capital: La Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, la más antigua de las ONG urbanas del país. Creada en Santa Fe de Bogotá primero para atender en 1863 “el ornato y el aseo” de una capital que en esa época se asentaba en las faldas de los cerros orientales, en medio de conflictos políticos partidistas. Bogotá era una pequeña ciudad gris, sucia, de vías empedradas y en mal estado, con problemas sociales, ambientales y de salubridad, en el Estado Federal de Cundinamarca. En 1917 el alcalde Rivas consolidó la Sociedad de Mejoras y Ornato, la cual funciona hoy en la Casa Museo del Chicó, en un bello legado de Mercedes Sierra de Pérez para la biodiversidad urbana. La celebración de los 100 años de la Sociedad abre el debate sobre la evolución del concepto de “Ornato” en el 2017 y convoca a una reflexión sobre el futuro ambiental de la ciudad de nuestros descendientes. La invitación está abierta para celebrar el centenario de la resiliencia ciudadana.
Margarita Pacheco Montes
@margamiel